jueves, 30 de abril de 2009

Regalo semanal


Homenaje a Ernesto Sabato en el Círculo de Bellas Artes.
Palabras de Félix Grande.

“... Ustedes saben que uno de los más grandes guionistas europeos se llama Tonino Guerra. Tonino Guerra es el guionista de los Tavianni, de Vittorio de Sica, de la película Amarcord, y además es un excelente poeta, menos conocido desgraciadamente como guionista que como poeta. Un día, a Tonino Guerra, que es norteño, habitante y nacido en la Romaña, en Italia, le llamó su amigo Vittorio de Sica para que le hiciese el servicio de visitar con él Nápoles, porque de Sica tenía la intención de hacer una película con Nápoles como protagonista. Pero no sabía qué quería contar en ella, y por ello requirió la participación de Tonino Guerra. Llegaron a Nápoles, estuvieron un par de días caminando por Nápoles, yendo a unos sitios y a otros, y a Tonino Guerra, hombre muy norteño, no le encantó particularmente el aturdimiento, la voracidad automotriz de esa ciudad. Vittorio de Sica ya estaba un poco desesperado, y finalmente, hacia las dos de la tarde de un día de verano muy caluroso, se llevó a Tonino Guerra a una taberna, a una tabernita que era una habitación pequeña, con una ventana que daba a una plaza porticada, tras de la cual se veía borrosamente alguna figura, porque la resolana del día emborronaba las imágenes. De pronto se abrió la cortina y apareció una pareja, se acercaron los dos al mostrador y dijeron: Tonino Guerra no entendió, no sabía qué pasaba, miró a Vittorio de Sica y le hizo un gesto de interrogación, y Vittorio de Sica le dijo:
La pareja se tomó cada uno su café, pagaron tres cafés, tomaron dos, y se fueron. Luego pasó un grupo de cuatro personas, tomaron cuatro cafés, los pagaron y se fueron; luego pasaron cinco personas, pidieron siete cafés, cinco para tomar y dos en suspenso, se tomaron sus cinco cafés, pagaron siete y se fueron. Tonino Guerra estaba inquieto, como es propio de un hombre perpetuamente asomado a lo maravilloso, y quería saber qué es lo que ocurría. Vittorio de Sica no decía nada, hasta que de pronto, a través de la ventana, se vio una sombra en medio de la resolana, evidentemente era la figura de un ser humano que avanzaba hacia la tabernita, hacia la pequeña cafetería. Y se abrió la cortina y apareció un mendigo. El mendigo se dirigió al camarero con una mezcla de humildad y de cortesía, y preguntó: Y el camarero dijo: Se tomó su café y se marchó.
Bien; todos nosotros estamos, no solamente en algunos momentos de nuestra vida, sino quizás en toda nuestra vida, sedientos de piedad, y sedientos de coraje. La taberna de Nápoles, en donde se regalaba el café a los mendigos, sin humillarlos dándoselo en la mano, esta tarde se ha convertido en un hombre para mi prodigioso, a quien cuantos nos sintamos mendigos, necesitados de piedad y de coraje, podemos acudir seguros de que habrá coraje y piedad para todos.”

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